25.11.06

¿Eres tú, realidad?



Después de un tiempo, uno aprende la sutil diferencia
entre sostener una mano y encadenar un alma.
Y uno aprende que el amor no significa recostarse
y una compañía no significa seguridad.
Y uno empieza a aprender... que los besos no son
contratos y los regalos no son promesas.
Y uno empieza a aceptar sus derrotas
con la cabeza alta y los ojos abiertos.
Y uno aprende a construir todos sus caminos en el hoy,
porque el terreno de mañana es demasiado inseguro para planes...
y los futuros tienen una forma de caerse en la mitad.
Y después de un tiempo uno aprende que si es
demasiado hasta el calorcito del sol quema.
Así que uno planta su propio jardín y decora su propia alma,
en lugar de esperar a que alguien le traiga flores.
Y uno aprende que realmente puede aguantar,
que uno realmente es fuerte, que uno realmente vale.
Y uno aprende y aprende...
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3.11.06

Por nuestros prejuicios...

Cuando aquella tarde llegó a la vieja estación, le informaron que el tren en el que ella viajaría se retrasaría aproximadamente una hora. La elegante señora, un poco fastidiada, compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua para pasar el tiempo. Buscó un banco en el andén central y se sentó preparada para la espera. Mientras hojeaba su revista, una joven se sentó a su lado y comenzó a leer un diario. Imprevistamente, la señora observó como aquella muchacha, sin decir una sola palabra, estiraba la mano, agarraba el paquete de galletas, lo abría y comenzaba a comerlas, una a una, despreocupadamente. La mujer se molestó por esto, no quería ser grosera, pero tampoco dejar pasar aquella situación o hacer de cuenta que nada había pasado; así que, con un gesto exagerado, tomó el paquete y sacó una galleta, la exhibió frente a la joven y se la comió mirándola fijamente a los ojos. Como respuesta, la joven tomó otra galleta y mirándola la puso en su boca y sonrió. La señora ya enojada, tomó una nueva galleta y, con ostensibles señales de fastidio, volvió a comer otra, manteniendo de nuevo la mirada en la muchacha. El diálogo de miradas y sonrisas continuó entre galleta y galleta. La señora cada vez mas irritada, y la muchacha cada vez más sonriente. Finalmente, la señora se dio cuenta de que en el paquete solo quedaba la última galleta. No podrá ser tan descarada, pensó mientras miraba alternativamente a la joven y al paquete de galletas. Con calma la joven alargó la mano, tomó la última galleta, y con mucha suavidad, la partió exactamente por la mitad. Así, con un gesto amoroso, ofreció la mitad de la última galleta a su compañera de banco. ¡Gracias!, dijo la mujer tomando con rudeza aquella mitad. De nada, contestó la joven sonriendo suavemente mientras comía su mitad. Entonces el tren anunció su partida... La señora se levantó furiosa del banco y subió a su vagón. Al arrancar, desde la ventanilla de su asiento vio a la muchacha todavía sentada en el andén y pensó, ¡Qué insolente, qué mal educada, qué ser de nuestro mundo!. Sin dejar de mirar con resentimiento a la joven, sintió la boca reseca por el disgusto que aquella situación le había provocado. Abrió su bolso para sacar la botella de agua y se quedó totalmente sorprendida cuando encontró, dentro de su cartera, su paquete de galletas intacto.
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